Entrevistas
Hablando en alemán
Autor: Paralelo Colectivo
Biografía
Entrevista 07
10 Agosto 2015
BIG SUR Café
PC: Paralelo Colectivo
DS: Daniel Silberfaden
|PC| La idea de esta entrevista es, de alguna forma, conocerte más allá de tu faceta arquitectónica, que es más accesible a todos. Esperamos que puedas contarnos lo que tengas ganas de compartir sobre tu formación, tu historia, anécdotas, recuerdos, lo que quieras… Nosotros planteamos empezar a charlar por los primeros recuerdos que uno tiene: los de la infancia.
|DS| Forzosamente lo voy a relacionar con la arquitectura, entendiendo que esta charla tiene lugar a pocas cuadras de la facultad y es en ese rol en el que me interesa contar mi historia. Lógicamente los recuerdos infantiles tienen que ver con una madre que era una excelente dibujante, una persona muy sensible. Y de los tres hermanos que somos, el heredero del tema de la sensibilidad en el dibujo fui yo. Yo creo que eso me orientó muchísimo hacia el campo de la comunicación a través del dibujo. Me encantaba y me pasaba horas dibujando, no solamente arquitectura sino también autos, jugadores de fútbol, cualquier cosa… Esta parte tiene que ver con la historia de mi madre. Con respecto a lo lúdico, mi hermano mayor y yo teníamos esas camas tipo marineras y mi hermana, que era mucho menor que yo (una diferencia de 7 años), era como nuestro muñequito de juegos y experimentación. Nos gustaba mucho hacer construcciones con sábanas y broches y obviamente cada vez que alguien entraba a la habitación se desarmaba todo porque estaba enganchado desde la cama a la puerta. Otro recuerdo que tengo de mi infancia es el haber pasado mucho tiempo, que quizás yo llamé ‘’perdido’’, mirando a las nubes e imaginar formas; podía pasar horas con eso… Había alrededor mío todo un tema que tenía mucho peso, el de imaginar cosas o construirlas con las sábanas (construcciones efímeras, obviamente) y dibujar, que me fue llevando hacia el arte y algo de técnica con estos juegos de construir. Yo nací en Florida, Provincia de Buenos Aires, del otro lado de Zona Norte de la ciudad de Buenos Aires. Mis amigos sabían arreglar cosas, algunas cosas de mecánica, arreglaban bicicletas… yo no sabía nada y me sentía muy mal. Ese fue un tema que arrastré toda mi vida: hice pocas maquetas porque era muy ansioso y desprolijo (risas). Si me pedías dibujar, sí. Pero hacer con mis manos me costaba muchísimo y eso me podría haber alejado de la arquitectura. Después, algunos amigos míos mayores, que ya estudiaban arquitectura, me pedían que los ayudara a dibujar las entregas y me fui enamorando. Al momento de entrar en la facultad, a los 17 o 18 años, ni lo dudé: era Arquitectura sin dudas. Por estas cosas que te cuento y, principalmente, por mis amigos.
|PC| Que podría, también, haber sido cualquier carrera relacionada con lo creativo o artístico…
|DS| Lo que pasa es que en ese momento, te estoy hablando del año 74 cuando entré a la facultad, no había carreras de diseño sino que era todo más tradicional, había pocas líneas de opción y era todo más absoluto. ‘¿Te gusta dibujar? Bueno, Arquitectura’. Quizás si hubiese tenido una formación un poco más liberal o yo hubiese sido un poco más suelto, podría haber elegido alguna carrera de arte. Pero en ese momento yo creo que no cuajaba en el esquema alemán de mi familia y la arquitectura estaba bien vista. Mi hermano es ingeniero agrónomo y mi hermana después siguió la parte de medicina, fijate que eran carreras muy alineadas.
|PC| Y esto de los espacios… ¿Creés que se puede reconocer algo ahora? ¿Podés notar alguna influencia de eso? Quizás no tan textual…
|DS| No, seguramente no va a ser textual porque tenía 10 años cuando hacía esas cosas (risas), pero hay algo que siempre me gustó y no siempre pude hacer: el tema de los laberintos, de la sorpresa, de meterte por un lugar y de repente encontrarte con la cama, que pasaba a ser un entrepiso o formaba un espacio de doble altura porque la sábana estaba puesta de determinada forma que te hacía encontrarte con una cierta profundidad. Yo he tratado de hacer este tema de las capas de la arquitectura. Esto se ve mucho en mis últimos diez años, donde empieza a aparecer todo un tema que tiene que ver con filtros, fachadas como diafragmas que van creando espacios intermedios, que en otro momento eran terrazas o balcones, pero el hecho de cubrirlos y crear una doble capa, empieza a crear situaciones y espacios diferentes. Quizás tiene relación con los espacios sorpresa de los que hablaba antes. Generar pequeños espacios de semi-sombra, de luz y a veces de oscuridad, que no están definidos. Pueden ser lugares donde ponés un escritorio, un sillón o una planta, son espacios ‘Alfa’, un espacio indeterminado.
|PC| Espacios que de acuerdo a quién lo habite y quién lo esté usando, va a depender el carácter que tenga…
|DS| Sí, por lo menos para mí tienen esa sensación. Abrir una puerta o correr una ventana y encontrarte con un lugar que no era esperado. Yo recuerdo que esta cosa de deslizarte por las sábanas según determinado recorrido, te hacía encontrarte con un lugar de respiro y no un espacio aplastante.
|PC| ¿Conservás todos los dibujos?
|DS| No, de hecho yo he dibujado muchísimo y lo sigo haciendo, pero siempre he conservado poco. Ni hablar de los papeles sueltos. Cada tanto, en mi estudio, hago alguna ‘limpieza’ y tiro todo. Sí he conservado algunos dibujos que están en cuadernos o libretas, que no los tiro porque están mezclados con escritos o con ideas y de alguna forma empezaron a juntarse en el estudio, sin afán de colección sino por una especie de guardado. Tengo en casa un dibujo de Álvaro Siza que me dio cuando estuve en su estudio y lo conservo en un cuadrito, es un gran dibujante. Yo admiro mucho a estos tipos que les hacen la biografía y aparecen sus dibujos originales. Los admiro porque yo no guardo nada (risas) y lo poco que tenía, incluso de la facultad cuando se dibujaba mucho a mano, lo tiré todo. El soporte de mi estudio hoy ya es de la era digital, que tendrá unos 15 años como mucho, y todo lo anterior tenés que buscarlo y encontrarlo de casualidad. De hecho, estoy haciendo un libro del estudio desde hace unos 5 años, que creo que no voy a terminar nunca, y el editor y el diseñador me pedían dibujos y yo no tenía. Al final encontraron algunos en los cuadernos que encajaron bien. Yo no soy mucho de mirar fotos para atrás porque me genera una especie de nostalgia a la que no tengo ganas de volver, sino que tengo la mirada más puesta hacia adelante. Hay una frase muy linda que la usaron los catalanes para su pabellón en la Bienal de Venecia que es la del remero, el que va hacia adelante pero mirando hacia atrás. Ir para adelante pero siempre teniendo en cuenta la historia. Yo no podría cumplirla porque casi no tengo historia para atrás posible de mostrar con dibujos.
|PC| Es una forma de vivir, de ver las cosas…
|DS| Puede ser… también, durante un período, fui cambiando mucho de estudio. Entonces en cada mudanza, con el tema de la cantidad de papeles y todo, era imposible guardar todo. El otro día hablaba con Juan Fontana, que fue socio de Clorindo Testa durante los últimos años de su vida, bastantes años. El estudio de Clorindo estaba lleno de tubos de papeles y cosas y le pregunté qué habían hecho con todo eso. Me dijo que todas esas cosas siguen ahí porque el arquitecto Torcello, el que ocupó después el estudio de Clorindo, les dejó a Fontana y a su socio un ‘espacio Testa’ para terminar algunos trabajos pendientes. Cuando yo era estudiante como ustedes y también estábamos haciendo alguna publicación, fuimos a su estudio a pedirle algunos trabajos o dibujos y nos dijo ‘’busquen’’, porque el tipo no tenía ni idea de dónde estaban las cosas, tenía un desorden enorme (risas). Después, por lo que significa Testa, fueron clasificando todos los trabajos, pero él no tenía ni la menor idea de las cosas que tenía y dónde estaban mucho menos. El tema de los papeles es una historia…
|PC| ¿Cómo fue tu experiencia en la facultad?
|DS| Yo empecé en el año 74. Desde el 74 hasta el Golpe Militar del 76 te diría que fue una facultad, para mí, muy divertida. La pasábamos muy bien, pero como facultad era muy mala. Era un caos en el que era muy difícil estudiar y trabajar. Debería haber sido una facultad más organizada y con mejores cátedras. En fin, era un momento muy especial y había una especie de gran desarticulación en todo sentido. Pero después del Golpe empezó lo peor. Mi formación, comparada con lo que yo veo hoy con respecto al nivel de los profesores, al nivel de organización y la seriedad en la UBA, en la UNLP o en la Universidad de Palermo, te diría que la que yo tuve fue muy mala. Creo que he tenido una formación pésima, lamentablemente. Sentí la falta de rigor y de interés. En el año 78, en la Facultad de Arquitectura de la UBA había mucha opresión y falta de libertad y eso en algún lugar se siente… Se sentía del lado de los profesores porque tenían miedo, todos los temas empezaban a ser temas que no tenían ningún tipo de compromiso. Hoy, nuestra experiencia en la UNLP es mediante el contacto permanente con la realidad y cuando hablás de realidad, hablás de situaciones de emergencia, cuestiones sociales, políticas, necesariamente… ¿Sino de qué estás hablando? Yo creo firmemente que la arquitectura, con su capacidad de transformar realidades, tiene un compromiso con lo político muy profundo. En ese momento eso no existía ni por nosotros, porque teníamos una especie de pérdida de conciencia de la mano del temor, ni por los profesores, porque los que eran buenos profesores no estaban más. Quedaban, por decir de alguna forma, profesores ‘’residuales’’.
En ese año se produjeron 4 o 5 meses de receso en los que cerró la facultad y yo, que había estado trabajando y juntando plata, dije ‘me voy’ y me fui 6 meses a Europa. Estaba muy cerca de recibirme, me recibí a principios del 79. Entonces, en ese viaje de varios meses por Europa, que era la primera vez que iba, me encontré con cantidad de estudiantes de Arquitectura de varias partes del mundo que estaban recorriendo como nosotros. Generalmente los lugares de encuentro eran las grandes obras de arquitectura: la Sagrada Familia, la Ville Savoye, etc. Yo los veía dibujar o charlábamos un poco y pensaba ‘¡Yo no sé nada! Yo que me jacto de saber dibujar, ¡ellos dibujan mucho mejor! Cuando nos ponemos a hablar se refieren a arquitectos, toman referencias y comparan tal obra con tal otra ¡y yo no sé nada!’. Yo creía que era buen alumno y venía pensando que era insuperable lo que yo sabía, pero en ese momento me di cuenta de que no sabía nada y que en realidad era un pésimo alumno. Lo único que sí sabía hacer era dibujar pero más allá del dibujo, todo lo que era técnica, historia y teoría, no sabía nada. Fue revelador…
En el 79 terminé la facultad y me metí en La Escuelita, donde volví a respirar. Me encontré con un lugar en donde estaban todos los que no estaban en la facultad: Ernesto Katzenstein, Pancho Liernur, Tony Díaz, el propio Clorindo Testa, Justo Solsona, etcétera. Mis docentes eran tipos de una generación que podían ser arquitectos de unos 35, 40 años, que eran los mejores pero que conocías muy poco porque había poco trabajo y no había la visibilidad que hay hoy, donde uno hace 3 obras y ya están publicadas y difundidas. Antes era más difícil saber qué estaba haciendo tal. Entonces, ahí me encontré con toda una generación de chicos como yo y también de arquitectos con experiencia que se habían nucleado. Por ahí pasaron desde Rafael Viñoly, Machado – Silvetti, Giorgio Grassi, hasta Aldo Rossi: gente que venía a la Argentina y pasaba por ahí porque no había otro lugar a donde ir. Te diría que esa fue mi verdadera formación. Yo cuando hablo de maestros míos hablo de Tony Díaz, que no fue profesor mío de la facultad sino que fue profesor mío en esa especie de posgrado que más o menos duró 2 o 3 año. Vos podías estar ahí un montón de tiempo porque hacías un ciclo, después otro… Tenía la importancia de juntar la inteligencia de la arquitectura del momento y uno como estudiante ser el espectador de esa experiencia, de sus diálogos, de sus peleas. Era muy interesante ver la confrontación de las distintas líneas de pensamiento que había, porque no eran todos iguales. Si bien era una escuela, no era una escuela en términos formales por lo que fue una experiencia muy rica. Después se hizo un libro en el que yo no publiqué nada porque Tony me pidió mis dibujos y yo me negué a dárselos, no sé por qué (risas). Cuando me contaron de qué se trataba la publicación yo pensé que no reflejaba lo que era La Escuelita.
Tiempo después, en el año 84 cuando vuelve la democracia, se concursó para las cátedras de Arquitectura en la UBA y Tony me llamó. Él convocó a todos sus ex alumnos que de alguna forma u otra le habían interesado y armó su cátedra. En esta cátedra había ciertos consensos en cuanto a modos de pensar la enseñanza de la arquitectura, modos de pensar la arquitectura, referentes cercanos… Había como un tono que la hacía, en algunos aspectos, una cátedra muy monolítica y era tremendamente numerosa (como acá es la cátedra de Sbarra). Él y algunos más se llevaban a todos los alumnos, entonces vos, casi sin experiencia, te encontrabas con una cantidad de gente que no sabías qué hacer. Pero esa posibilidad de tener una visión previa y bastante alineada de lo que iba a ser la enseñanza facilitó bastante las cosas y se formó una cátedra muy organizada, porque Tony era una especie de obsesivo. Fundamentalmente se trataba en temas de analogías y un rigor muy grande con respecto al tema del dibujo. ‘Con punta 0.1 vas a dibujar tal cosa, con 0.2 tal otra’, demasiado… Pero en ese momento, que veníamos de una facultad absolutamente fragmentada, sin ninguna idea de hacia dónde ir, encontrarte con cátedras que hacían tanta fuerza y tanto hincapié en el tema del orden, prolijidad y organización, creo que fue necesario. Hoy yo pediría, como lo estamos haciendo, un poco más de libertad, respetar un poco más qué piensa el estudiante sin tanta bajada de línea. Pero hay que mirarlo siempre desde el contexto histórico y creo que en ese momento era necesario. Hubo mucha distancia entre los años 60, que yo no llegué a vivir pero la gente hablaba de la maravilla de los talleres, al agujero que hubo durante 10 años o más, hasta esta nueva generación de arquitectos jóvenes (tenían menos de 50 años). Lo notable de todo eso es que los alumnos que yo tuve, entre ellos Daniel Becker, fueron una generación de tipos buenísimos. Yo podría hacerte una lista de alumnos que pasaron en algún momento por mí que después hicieron carreras formidables. Por esto digo que ese momento vino muy bien porque volvimos a un punto ‘’cero’’ y logramos hacer que todo fuera muy prolijo. Sería interesante analizar por qué muchos de estos chicos fueron y son excelentes arquitectos.
|PC| ¿Cómo es la relación con la FADU ahora?
|DS| Yo había formado una relación muy fuerte con Tony porque mi socio de ese momento, Roberto Gil, y yo nos asociamos al estudio que él tenía junto a Luis Ibarlucía y Gabriel Feld. Hicimos varios concursos y ganamos algunos, hicimos algunos trabajos privados, que no salió ninguno. Era una época en la que se trabajaba mucho y en realidad había poco trabajo, pero formamos ese grupo y fue buenísimo, quedamos con muy buena relación. Sin embargo yo nunca me enteré que se iba a España (risas). En el año 87 Tony se fue sin decir ‘adiós’, sin preaviso. En fin, le salió una oportunidad muy grande y se fue, y nosotros nos quedamos con los cinco años de arquitectura, tratando de cerrar un ciclo en el que fui acompañando hasta los alumnos de 5to año. En ese grupo quedé junto a Isabel de San Vicente, que creo que hoy es Decana de la Facultad de Rosario, y su marido, Fernández de Luco, que fue Director de Arquitectura y Planeamiento de la ciudad de Rosario en la época de Binner, personas muy capaces. Con eso cerramos la historia de Tony. Después estuve con Moscato un año, trabajando más con los docentes que con los alumnos, haciendo una especie de soporte teórico a su cátedra, pero me cansé y me fui.
Ese momento fue una bisagra: me fui de la facultad, por los años 90, y durante años no volví. Me fui por un tema de agotamiento, por un lado, porque habían sido años muy intensos, y por otro lado porque sentía que para poder enseñar arquitectura había dos caminos: la universidad masiva, que es la que yo ya conocía, y una universidad pequeña; teniendo en claro que las dos situaciones tenían un mismo fin que era formar un arquitecto con capacidades para poder responder no solo a la responsabilidad que como tal significa, sino que sea una persona capaz de pensar por sí mismo e imaginar nuevos y posibles escenarios, mejorando la vida de las personas. Pero yo entendía que las dos necesitaban herramientas pedagógicas diferentes, justamente por el carácter de cada una: si yo tengo 100 alumnos o 10, las relaciones y las distancias cambian mucho, pero el fin no deja de ser el mismo.
Entonces, empecé a pensar ‘Yo ya viví esta experiencia, que de alguna forma intenta trabajar como si fuera un taller o un estudio de arquitectura, cuando en realidad tenés 100 personas, de las cuales 10 están atendiendo y 90 están atrás, hay algo en este mecanismo que no funciona y yo no sé cómo seguir.’ Esa era, realmente, mi preocupación hasta el punto tal que empecé a escribir sobre ese tema y a pensar qué pasaría con una facultad más chica. Hasta ese momento no había muchos modelos de escuela pequeña de Arquitectura. Inmediatamente las facultades de Arquitectura tienen un éxito enorme y tienen miles de estudiantes, porque es una carrera hermosa, sin duda. Pero ¿qué pasaría si fuera chica? ¿Cómo enseñaría yo si fuera chica? Empecé a trabajar sobre eso, pero estaba inventando una excusa para poder pensar y escribir sobre el tema.
En ese momento conocí a un muy joven Rector de la Universidad de Palermo, un ingeniero civil muy amante de la arquitectura, y le conté sobre este proyecto del cual se interesó mucho. Ellos tenían Derecho, Ingeniería, Diseño, Periodismo, pero no tenían Arquitectura. Entonces un día me invitó a su oficina en la que tenía una biblioteca llena de libros de Mies van der Rohe, Le Corbusier, Louis Kahn. ‘Estuve leyendo tu proyecto’ me dice ‘es irrealizable, pero me interesa’. No dijo ‘Es un absurdo’ porque no tenía confianza (risas). Así que durante un año, todos los viernes a la tarde, junto con un grupo fantástico de tipos que habían sido en muchos casos profesores míos, empezamos a armar la Carrera de Arquitectura inspirada en la enseñanza de los años 60, que yo desconocía pero de la que todo el mundo hablaba muy bien y de la que había salido una generación de arquitectos notable. Cada uno con su aporte, su visión, desde el área de conocimiento de cada uno, armamos el proyecto. Yo funcionaba como alguien que estaba articulando y organizando todo eso. Hicimos un expediente guiado por la Universidad y un día se formó la Facultad.
Un día vino el Rector y me dijo ‘Daniel, ya tenemos la carrera, te felicito. Me gustaría que vos seas la persona que se encargue de organizar todo esto: el nuevo Decano de la Facultad.’ Yo nunca había pensado en la posibilidad de ser el Decano, quería ser profesor. Tenía unos 39 años en ese momento, era muy joven. Y bueno, ahí empezó una historia que llegó hasta el año 2000, cuando me fui. El primer día de clases se aparecieron 25 alumnos inscriptos y pensé ‘¿De dónde salieron estos? ¿Por qué vienen a vernos a nosotros?’ (risas), era como mágico. Esto fue en el año 94 y hoy ya soy arquitectos veteranos que se habrán recibido en el año 2000, el año que decidí irme. ¿Por qué? porque se había agotado un período de mi vida. Para mí las obras uno tiene que terminarlas, porque si no terminan con uno. Entonces hablé con el Rector, le agradecí los años y las oportunidades y me fui con la primera generación de arquitectos, cuando consideré que se había terminado el círculo.
Ahí, después de la crisis, empezó otro período de mi vida. En ese momento yo era socio de un estudio con Pablo Rozenwasser, con el que, entre el año 97 hasta el 2000 ganamos cinco concursos públicos y tres concursos privados. Habíamos montado un estudio con 25 personas, enorme, ¡nos endeudamos un montón! y en el 2002 se cayó todo como un piano. A los tres meses, Pablo se fue a Estados Unidos a enseñar a la Washington University y yo tenía la misma posibilidad, pero como tenía familia y toda una estructura decidí quedarme y ponerle el pecho a lo que pasaba. Al poco tiempo estaba yo solo en un estudio, que era un mono ambiente, con todos los escritorios apilados, con una chica que era mi secretaria y dibujante.
Ese año fue el año que más me alejé de la arquitectura, porque no tenía nada para hacer, y me puse a hacer mi primer libro que se llamó ‘’Trazos primarios’’. Estaba compuesto por dibujos de servilleta de arquitectos de todo el mundo, época en la que la conexión a internet era a través de dos alambrecitos de teléfono, por lo que todo era más lento. Fue un libro que se hizo sin un peso, con lo que se hizo por demanda, tipo ‘’pocket’’ con un bolsillo que tenía un mini disco, con el cual vos podías reproducir los dibujos en escala real, toda una cuestión muy avanzada para el momento. Y bueno, un día salió y gracias a mis amigos catalanes se vendió por Actar, una editorial catalana de muy buen nivel. ‘’Trazos primarios’’ no es sólo mi primer libro, casi el único (risas), sino que me sirvió a modo de terapia, para poder pasar ese año que no había nada para hacer haciendo algo que me encantó. Debo decirles que el mundo editorial para mí es un mundo especial, yo soy un proyectista y fabricante de libros, me encanta.
Después de eso, avanzado el 2004, ya con trabajo nuevamente en el estudio, fui elegido Presidente de la Sociedad Central de Arquitectos, porque yo me había puesto a trabajar ahí en Mesas de trabajo para la gente sin trabajo durante la crisis. La presidencia duró hasta el 2010 y fue un período increíble. Estaba loco porque estaba con mi estudio y con la Sociedad Central de Arquitectos, un trabajo ad honorem pero con una carga enorme: organizar concursos, bienales, tratar de crear un espíritu de cuerpo colectivo – en un medio en donde les cuesta muchísimo a los arquitectos trabajar en términos colectivos porque hay mucho ego -. Mi gestión se caracterizó por crear equipos nuevos de gente, gente muy joven, y fue algo revolucionario porque pasó de ser una entidad de más de 120 años en ese momento, catalogada como una especie de Club inglés donde todo el mundo se juntaba para hablar de la vida y no pasaba nada, a convertirlo en un lugar de acción, un lugar operativo. Conseguimos que la Nación firme acuerdos con nosotros para poder representar la arquitectura de Argentina en el exterior, porque nosotros, justamente por tratarse de una entidad de la Ciudad de Buenos Aires, entendíamos que era importante generar una política más democrática y más territorial. Por ejemplo, organizamos nuestra primera Bienal, la de San Pablo, y fue sobre las miradas críticas de los arquitectos sobre sus ciudades, todo a través de fotos. Fue un infierno porque habíamos recibido casi 2500 trabajos y teníamos que pensar de qué manera exhibir, porque nadie iba a ser el jurado de todo eso, sino que era la opinión de los arquitectos. Salió un trabajo muy bueno porque los arquitectos con las cámaras de fotos tienen una mirada muy crítica y muy interesante, y eran fotos que abarcaban desde Jujuy hasta Tierra del Fuego, muy fuerte. Después enviamos concursos a Londres, Buenos Aires, Rosario, Venecia, etc. Fue una actividad de equipo. En el 2010 yo ya no podía seguir siendo Presidente de la Sociedad Central de Arquitectos y tampoco quería seguir siéndolo porque estaba sobrepasado de trabajo y tenía una angustia enorme. Estas cosas te afectan en la parte más blanda de tu agenda: tu familia, que debería ser tu prioridad y es lo que vas dejando de lado. Yo recuerdo llegar a casa a las 11 de la noche con el auto, parar y ponerme a llorar. ‘¿Qué estoy haciendo? ¡Estoy arruinando mi vida! Dedicándome a que otros arquitectos tengan trabajo, concursos…’
Pasó ese momento y, apenas terminé, la Universidad de Palermo me volvió a llamar. Les dije que si era para hacer algo diferente sí. Era para el mismo título de Decano pero diferente en el sentido de que tuve que volver a organizar el trabajo de la edición de la Revista Arquis, que se había dejado de editar en el período que estuvo Carlos Sallaberry como Decano, y para mí era una revista muy importante porque era casi fundacional, se inauguró la Facultad con la presentación de ‘Arquis’ y con una charla del arquitecto español Guillermo Vázquez Consuegra. Ese era el ADN de la Facultad: generar publicaciones, investigaciones, conferencias y dar clases.
Y bueno, mi última locura, por decirlo de alguna forma, es estar acá (risas) pero yo estoy contentísimo. Realmente esta vivencia para mí en La Plata fue volver un poco a la universidad masiva pero ya con la experiencia que antes no tenía y valorando muchísimo la posibilidad. Yo creo que la diferencia sigue siendo este tema de tener las herramientas adecuadas para poder generar en el estudiante una certidumbre con respecto a los objetivos que tiene que tener, pero se pueden tomar distintos caminos. En una facultad trabajamos con 7 alumnos casi como si estuviéramos en una reunión sentados en el living y en esta se trabaja para mucha gente, entonces los mecanismos tienen que ser diferentes pero para llegar al mismo objetivo. Nosotros ahora estamos teniendo una experiencia de trabajar en equipos verticales, más o menos 12 equipos de 9 personas. ¿De qué manera se puede trabajar para que el alumno de 6to año y el de 1er año puedan trabajar en línea sin que el de 6to año mande al de 1ro? ¿De qué manera se puede generar una experiencia horizontal? En este trabajo la experiencia previa de cada uno no tiene importancia y lo que sabés no tiene que ver con lo que aprendiste sino con la intuición. Tiene que ver con una sinergia frente a un tema desconocido: les damos un material con el cual no hay otra forma de trabajar más que con las posibilidades que ese material tiene (ensambles, amontonamientos, apilamientos, etc.). Ha resultado un trabajo con una energía enorme, todo el mundo se prendió y empezó a jugar con eso. Cuando algunos profesores dicen ‘Esta generación no sabe nada, no les interesa nada’ yo les digo ‘En realidad saben de aquellas cosas que les interesa, el problema es de los profesores que no sabemos qué les interesa. Pero siguen siendo tan brillantes y tan tontos como nuestras generaciones.’ Siempre uno va a investigar, va a aprender y a poner entusiasmo cuando es sobre algo que le interesa, sino no.
|PC| Claro, la motivación es fundamental. Ir experimentando sobre distintos materiales…
|DS| Sí, lo que no logramos durante medio año en el taller lo logramos ahora. Lo que pasa en la facultad es un caso raro: es un curso de la tarde que llega tarde. A la mañana lo entiendo y a la noche lo entiendo pero ¿a la tarde? No lo entiendo (risas). Igualmente esto pasa en las facultades de Arquitectura de todos lados. Me ha tocado enseñar en muchos lugares, por decirte extremos: desde Rosario hasta Japón. Hasta los japoneses llegan tarde (risas). En fin, yo creo que, en gran parte, el éxito de este trabajo es que no hay un tema. ‘Bueno ¿qué hacemos? No sabemos nada sobre esto. Discutamos.’ Es todo a partir del diálogo y de lograr mayorías y consensos para hacer tal cosa y no tal otra, aunque no haya nada firme que te diga que pueda hacer esto o lo otro. Es aprender de los otros aún sin experiencia. Yo creo que para nosotros, como una cátedra nueva, esto es un camino. Si trabajamos sobre un tema, como por ejemplo ‘’la vivienda’’. ¿El tema es ‘’la vivienda’’? No. La vivienda es el programa y el tema es ‘’modos de habitar’’ o ‘’nuevos modos de habitar’’. Entonces, discutamos qué significa para todos nosotros eso, qué significa el modo de habitar para cada uno o cómo vive cada uno, qué es un dormitorio, cómo se pueden des-jerarquizar los programas. Si el dormitorio era para dormir, hoy ya no lo es, es eso y más cosas. Hoy un dormitorio es para dormir, para filmar, es para juntarse con el equipo, es para tocar música o para hacer yoga. Cualquier cosa puede ser ¿Tiene que ser igual al que había en las viviendas de 1940 en las que sí dormir era el único programa? O el dormitorio de los padres es grande, el dormitorio de los chicos es chico, ¿por qué no es del mismo tamaño? Bueno, estas son las discusiones que para mí se deben plantear, que sí generan interés porque los alumnos se sienten partícipes y no ovejitas que tienen que hacer lo que el profesor les dice.
|PC| ¿Cuáles creés que son las cosas buenas en un tipo de enseñanza y en el otro? Para nosotros es algo bastante difícil de imaginar, porque estamos muy acostumbrados a la masividad y a lo público. De hecho, hace un tiempo vino una amiga nuestra, que vive en Lima y que estudió allá otra carrera, y vino con nosotras a la facultad y nos decía ‘¿acá entra cualquier persona?’. Hay hasta perros, es una cosa extraña (risas). Pero nosotros lo vivimos de una manera totalmente natural, porque el espacio mismo está planteado de un modo totalmente libre y abierto. Tiene sus pro y sus contra ¿no? Pero es una forma que ya tenemos medio ‘seteada’ en la cabeza de esa manera. Nos resulta interesante ver como es el funcionamiento de un lugar menos masivo…
|DS| Mirá, te diría que las diferencias que yo encuentro tienen que ver más con cuestiones de forma que lo que yo te decía antes con respecto al tema de los objetivos. A mí lo que me importa es que unos y otros aprendan a pensar con libertad y con miradas múltiples y nosotros intentamos llevar adelante los dos sistemas con cierto nivel de desprejuicio. Las diferencias son de forma y se establece en cómo te relacionás con las personas, cuando son muchas y cuando son pocas. Con el grupo docente trabajamos exactamente de la misma manera y tratamos que el docente se ponga en el rol del alumno. ¿Cuál es el rol de alumno? Es tener una cabeza esponjosa, capaz de absorber y sentir que puede aprender. Yo valoro muchísimo la experiencia anterior, el conocimiento anterior que trae el estudiante. Los de 1er año consideran que saben cero, pero yo creo que ya vienen con una experiencia: han vivido en casas, han ido a cines, han ido a teatros, quizás han estado en algún aeropuerto, han jugado en plazas, han estado en lugares… Algo tienen para decir, porque parte de su propio aprendizaje no formal. Entonces, no partimos de cero, partimos de algún punto y cada ruta parte de momentos diferentes: ‘mi papá es arquitecto’, ‘mi mamá es diseñadora’, ‘yo viajé por tal lugar’. Y por otro lado, también, nos hemos formado de acuerdo a qué generación pertenecemos, con visiones jerarquizadas de las cosas, y a medida que ha pasado el tiempo se han ido destruyendo muchos de los mitos. El trabajo de la mamá en la casa, la jerarquía del lugar, el dormitorio más grande o el dormitorio más chico, todas esas cosas quizás son más fáciles de entender hoy, pero para cada uno de nosotros es diferente y cada uno lo entiende distinto según la mochilita que lleva atrás, la tradición, lo que ya sabía de antes. Eso está muy bien, el tema es que las cosas fueron cambiando y hay que ver de qué manera lográs salir de esa tradición como para repensar las cosas que estás proyectando, que siempre son hacia adelante, mirando para el futuro. El otro día a los docentes de la facultad les decía ’No hablen en términos de hoy, porque estamos trabajando con chicos que van a ser arquitectos en el 2020 y ese es el mundo, no es el mundo para atrás.’ El mundo para atrás es un referente, podés compararlo y podés aprender, pero hay que trabajar hacia adelante, como los remeros.
Con respecto al uso del espacio, yo creo que esa es la hermosa sorpresa de la escuela pública y es un manejo que tiene como un control en el fondo, pero no es aparente. Así como estás dando clases y aparece un perro en la mitad del aula y siempre surge el chiste ‘Llegó tarde’’ (risas), hay un manejo de lo público y un entrecruzamiento que yo en la escuela privada tengo que forzarlo en base a procedimientos. Esta cosa de la experiencia vertical que estamos teniendo ahora en el taller, que sirve para horizontalizar, cuando es el tema de los cruces de diferentes cursos, yo lo tengo que forzar creando situaciones de orden público: una exposición, una conferencia, etc. Sino es más colegial, más de taller. Nuestra facultad, en la UP, tiene algunas particularidades: todas sus conferencias son públicas. Nosotros hemos llevado muchísima gente y siempre han sido charlas abiertas al que quiera y al que entre ¿no? Porque ha habido conferencias como la de OMA en la que había 600 personas y nuestra capacidad, apretando mucho, da para meter a 400 personas. Nosotros queremos mucho a nuestro público y no nos interesa cobrar porque tenemos de sponsors a varias empresas. De hecho hay mucha gente de La Plata que va a esas charlas, hacen una especie de excursión y caen de a 20 por supuesto sin haber reservado, pero bienvenidos (risas). Yo soy un defensor de la educación y siempre he pensado en términos colectivos, en términos de equipo y de plataforma de oportunidades. Yo me siento un organizador nato y yo me como a lo sumo un bife y no dos, con lo cual con lo que tengo y logro me alcanza y lo demás es para repartir. Lo que premio y lo que valoro es el aporte, el trabajo, la camiseta, la pasión, ese tipo de cosas. El resto, va a sonar mal, pero me importa poco. Lo que me importa mucho es la pasión con la que la gente se compromete y le mete garra a las cosas. Muchas veces les allano el camino porque logro armar cosas que quizás les llevaría una vida armar, pero si tengo esa posibilidad y ese don de organizar, me llevó lo mío y se acabó, no necesito todo.
Fuera de cámara surgió la pregunta de cómo se me ocurrió venir acá a La Plata y yo creo que fue gracias a eso, me encontré con dos personajes en la vida como Guillermo Posik y Pablo Reynoso, que yo no conocía. Un día me llamaron, pidieron una reunión conmigo y se las di. Vinieron a Buenos Aires y me contaron este proyecto y la idea de hacerlo juntos. Ellos me conocían porque habían leído y visto cosas mías, no había habido ninguna situación personal o alguna recomendación en particular. Me gustó como vinieron, la humildad y las ganas que tenían y dije ‘bueno, vamos para adelante’. Y de repente me encontré que todos los viernes de todas las semanas durante dos años, salvo excepciones, venían hasta Buenos Aires a sentarse 3 horas conmigo a trabajar. Y cuando se acercaba el momento yo decía ‘¿En dónde me estoy metiendo?’ creo que fue una experiencia maravillosa y era para mí volver a ponerme en una situación de prueba a mis 60 años. ‘Tengo que rendir como si fuera un niño y no ponerme en automático’. Porque con mi estudio y con la facultad me pongo en automático y voy, pero esto se convirtió en un desafío para mí: tener que estar ante un tribunal y ante gente que no conocía, un centro de estudiantes que me miraba de costado porque yo era el inventor de una Universidad privada. Creo que eso vale la pena aclarar porque la verdad es que yo he dedicado mi vida a lo público: desde ser jurado de concursos, conseguirlos, organizarlos, dirigir una entidad de arquitectos que es culturar y de algún modo genera difusión hacia todos lados, hasta haber sido profesor en la UBA y haber sido consejero graduado durante dos períodos seguidos. A mí me puso muy mal porque no estoy acostumbrado a que se digan cosas de mí sin haberlo podido constatar, o haber leído de manera parcial mis caminos, las cosas que yo elegí. Pusieron que yo había fundado la Universidad de Palermo y qué diablos tengo que hacer en una universidad pública, pero no leyeron el resto. Entones, me parecía que no era verdad lo que estaban hablando. Por supuesto yo puedo ponerme a hablar mal de alguien si sólo pongo el foco en lo que a mí me interesa y lo que me parece mal, pero ¿y el resto? Y sobre todo porque mi vida ha sido generar cosas para todos. Si ves mis últimas obras son todas con gente joven y no se repite ninguna. Yo voy trabajando con gente que me gusta, que me gusta cómo piensa. Y mis arreglos son 50 y 50. Cuando yo arreglé con Tony una obra que yo llevé me dijo ‘Bueno, 80 para mí y 20 para vos’ ¿pero cómo, si yo la llevé? ¡A mí no me gusta eso! no me sale ni a palos. Yo llevo la obra y digo ’chicos, 50 y 50. Vamos a hacer una experiencia a ver si nos va bien’.
|PC| Me parece que un poco todo lo que contás de las distintas experiencias en la FADU, o los períodos en la UP, irte, volver, refleja bastante ese espíritu de no casarse con una opción y seguir eso a muerte, más allá de que quizás esa elección sea por la educación en sí misma, sea pública o privada, una institución u otra. Creo que en eso se puede reconocer un espíritu joven o de cambio al menos, regenerativo, permeable…
|DS| Mirá, lo único que me importa a esta altura de mi vida es mi familia. Todo el resto es parte de una trayectoria que yo fui eligiendo y nada fue demasiado casual, incluso este tema de la Facultad de La Plata. Yo agradezco muchísimo que un día hayan venido a buscarme Guillermo y Pablo, porque de otra forma no lo hubiese elegido. Pero haber dicho en ese momento ese extraño ‘’sí, vamos para adelante’’, que significa que los días Lunes a la mañana yo tengo que dejar mis cosas y venir para acá, me genera un enorme placer. Ojalá lo pueda sostener y hasta ahora no veo motivos para no hacerlo. Y cuando aparece la primera situación que me parece que oscurece ese panorama la aclaro, sea con mis socios Guillermo y Pablo, sea una situación con la Facultad o con los alumnos. Lo que quiero evitar es el juego de los adultos ‘me dijo, no me dijo, yo quise, te digo, no te digo’. Porque lo único que me interesa realmente es que todas estas experiencias me sirvan en términos de familia.
Mis hijos se dedican al cine y a los medios, están trabajando. Se han cruzado en la vida en varias situaciones con mucha gente que ha estado relacionada conmigo, porque es un medio muy cercano, y a mí me da mucha tranquilidad haber hecho las cosas como las hice porque no hay nada de lo que se puedan avergonzar. Nadie puede llegar a decir ‘con ese tipo tuve un problema’, nada. Me he peleado, por supuesto, he tenido situaciones de tensión, me he ganado amigos, he encontrado gente que no piensa igual, pero nadie puede decir algo malo de mí.
Y esto de la FAU de La Plata me pone feliz, es extraño pero es como una sensación de libertad. Este viaje que se desvía en Gutiérrez, donde podés seguir derecho hasta La Plata o ir hacia Mar del Plata y son dos situaciones de enorme placer para mí, pago el peaje con todo gusto (risas).
Con respecto a la experiencia, yo creo que es mejor siempre con gente joven porque tienen otra energía, otra riqueza, otras formas de pensar, otros mecanismos. Ustedes son casi nativos digitales y les ha generado una oportunidad y una aceleración en los tiempos increíbles, porque están reemplazando, de alguna forma, a otras generaciones como la mía que es plenamente analógica. Nosotros medíamos las cosas en gramos o en átomos, ustedes en bytes. Yo el otro día daba un ejemplo, medio tonto pero ejemplo al fin, que tenía que ver con que el día de mañana todo lo que tengamos que hacer va a ser en alemán. Quizás las próximas generaciones hablen en alemán, son ustedes. Pasan inmediatamente al primer lugar porque yo todavía tengo que aprender. Para mí un poco pasó eso y ustedes todavía no tienen conciencia de lo que eso significa. Pero para nosotros, que lo estamos viendo desde otro momento, la forma en que se piensa, la forma de entendimiento, los procedimientos, la forma de comunicarse, todo es diferente. Todos estos temas son los que uno tiene que aprender como docente de frente a estas generaciones, de qué manera me comunico, de qué manera los entusiasmo. Yo creo que eso es una revisión muy profunda de orden pedagógico. Estamos arrastrados por situaciones de orden legal y de normativas porque son carreras que tienen un cumplimiento de una ley: vos tenés que dictar tantas horas, con tales contenidos y tales materias, con lo cual estás medio encorsetado. Hay experiencias en otras escuelas, no en la Argentina, que tienen todas la misma ley y todas se terminan pareciendo. Pero también hay experiencias en el mundo donde esta carrera se tiende a acortar, a que lo genérico está encapsulado en 4 años y el resto empieza a ser más parecido a situaciones de conocimiento de posgrado o más específicas con acento en algo particular. Bueno, eso es muy difícil acá justamente porque estás atado. Pero yo creo que los Decanos, porque es un tema de decanos, deberíamos repensar si lo que nosotros en este momento estamos enseñando, que siempre tiende a ser el ABC hasta la Z, en realidad no debería ser sólo el ABC y que el resto lo aprendan a pensar, sabiendo que tienen que llegar hasta la Z. Porque, finalmente, lo que uno tiene que saber es decir que no cuando no sabés, pero saber a dónde ir a buscarlo, en qué parte de la biblioteca está lo que se necesita. Bueno, en ese mundo estamos y por eso yo me entusiasmo muchísimo con estas oportunidades.
Por eso yo le dije al Rector de la UP cuando me volvieron a llamar ‘más de lo mismo no’. La Escuela de Grado es la Escuela de Grado y por supuesto continúa, pero ahora estoy en el campo de la investigación y es ahí donde hoy estamos poniendo el foco. En volver a publicar ‘’Arquis’’, pero ya no una ‘’Arquis’’ sobre un único tema, publicar la vida de tal o la obra de tal. Eso lo hacen muy bien otras revistas comerciales. A nosotros nos interesa mostrar una ventana que responde a una pregunta. Por ejemplo, ahora estamos por sacar ‘’ arquitectura paramétrica’’. Cada número tiene un responsable que es diferente al del número anterior, que es el que más conoce de nuestra facultad sobre el tema que se va a tratar, entonces la revista no tiene un dueño y cada una es una nueva. La pregunta que yo le hago siempre al responsable de la publicación es, en este número por ejemplo, ‘¿qué es la arquitectura paramétrica? Porque todo el mundo habla de arquitectura paramétrica, como de arquitectura sustentable, pero ¿qué es? ¿Y el diseño paramétrico?’ La pregunta no aparece en ningún lado, pero está en toda la revista. Es mostrar el inicio de un trabajo de investigación y las fuentes de donde se recoge ese conocimiento, de qué manera eso se sintetiza en una publicación que lo único que pretende es que los estudiantes de arquitectura o los arquitectos se interesen por un tema, es el comienzo. Por supuesto, no intenta profundizar mucho más que en responder esas primeras preguntas que uno se hace. Es una especie de introducción y motivación para seguir investigando. Ese es un proyecto que yo aprecio mucho y que las Escuelas de Arquitectura, pocas publican y debería hacer mucho. ¿Recursos? Bueno, ese es un tema… La Universidad Privada tiene recursos limitados, principalmente una Escuela como la nuestra que es pequeña, tenemos aproximadamente 700 estudiantes en tres turnos y 150 profesores. La mayoría de nuestros recursos se van en sueldos, entonces yo no tengo ningún problema en ir a buscar plata en distintas empresas. Busco dinero para poder publicar la revista o para poder traer a tal arquitecto. El recurso es genuino, es blanco. Vienen, nos dan la plata y les entregamos el recibo. Ni siquiera es para publicidad, sino que simplemente nosotros decimos ‘Esta revista está bancada…’ o ‘Esta conferencia es gracias a…’. Y eso, que nada distorsiona lo académico, me genera a mí la posibilidad de tener grandes profesores, buenísimas charlas o una buena publicación. ‘’ Arquis’’ se publica en la web y es de libre acceso para todos. Tenemos cinco publicadas desde el 2010 a la fecha y se pueden descargar, tener, imprimir, hacer lo que cada uno quiera, porque es para todos.
|PC| Y charlando de esto, nuestro estudio también entra un poco en el marco de híbrido o idea diferente y ahora estamos en camino a convertirlo en cooperativa. A nosotros nos pasa que tenemos cosas que afrontar, muchos proyectos que queremos llevar a cabo para los cuales, obviamente, necesitamos plata, por lo que muchas veces aparece el interrogante: de qué manera se puede amalgamar lo que es la práctica más tradicional con esta forma de pensar que tenemos, que plantea una nueva estructura. Somos muchos, es abierta y hay muchas áreas y proyectos distintos. ¿Pensás que es posible lo que planteamos o es muy utópico?
|DS| Sí pienso que es posible, de hecho los proyectos más interesantes que están ocurriendo ahora, por ejemplo en España, son de colectivos: híbridos, de múltiples disciplinas, en donde se plantean temas comunes a todos. Un tema común a todos es la ciudad y en general muchos de ellos trabajan en términos de ciudad porque, justamente, permite que todos los actores de ese grupo tengan intereses comunes y conocimientos complementarios. Para mí son experiencias que son el futuro de muchísimos temas que tienen que ver con la ciudad, por no llamarlo específicamente ‘arquitectura’. Sí me queda claro que la arquitectura no existe si no se relaciona, porque si no se relaciona es diseño o un objeto, pero no es arquitectura. Un bello edificio es una bellísima construcción, pero siempre tiene que estar vinculado con temas de ciudad, de paisaje, en un contexto donde la cultura tiene un peso importante que justifica, de algún modo, la aparición de la arquitectura. Porque la arquitectura es algo que transforma la realidad, transforma la cultura, interpreta el momento, etc…
Yo me prendería gustoso a un colectivo multidisciplinario, pero siempre hay que encontrar el mecanismo de supervivencia. Vos hablaste de la palabra ‘cooperativa’ y creo que pasa por ahí: el aporte de muchos en donde se conjugan muchos intereses y muchos conocimientos. Quizás hay que pensar que hay vidas individuales y singulares que están dentro de ese colectivo y que ayudan a soportar por el trabajo de cada uno. Cada uno tiene que ceder una parte de su trabajo para que la cooperativa, más allá de uno, funcione. Podría pensarse que es en términos utópicos, pero me parece que la realidad demuestra que las cosas van para ese lado: para los conocimientos múltiples, para miradas poliédricas, para que la sociedad justamente, que funciona en términos singulares, vea la riqueza de un trabajo heterogéneo pero con resultados de peso. Es la suma de muchos conocimientos diferentes y lo que se tiene que evitar, seguramente, son liderazgos claros. Tiene que funcionar, efectivamente, como una cooperativa donde los liderazgos son efímeros. Podrán ser liderazgos momentáneos del que trae la oportunidad o el que en ese momento maneja el acento del conocimiento en ese punto, pero debería tratarse de lugares donde no se crean feudos.
Yo creo que siempre debería considerarse como algo efímero, que va a durar un tiempo y no es para toda la vida. Es para formarse, hacer cosas interesantes, pero que después sea la plataforma para otros que tomen la posta. Si fuera así, para mí, sería menos duro y más flexible. Porque esto no es para siempre sino que para siempre es el motivo, el interés o el objetivo. Es muy difícil sostener a muchos individuos en una relación donde seguramente van cambiando y se irán generando nuevas químicas. Creo que tienen que sacarse de encima la idea de que es algo de ustedes y pensar que es algo de todos.
De hecho, Zaida Muxí que es la mujer de Josep María Montaner, una gran amiga, dirige un colectivo de mujeres en el que en un momento había desde arquitectas, escultoras, una bombera, una prostituta: un conjunto de mujeres que tenían diversas relaciones con la ciudad. Ella, una experta en urbanismo, al lado de una prostituta, experta en temas de la calle. Ahora, toda esa energía dura un tiempo que es mientras todo el mundo aprenda del otro. Cuando de a poco se va convirtiendo en algo que se supera y empieza a cambiar los objetivos, para mí es el momento en el que uno tiene que decir ‘me corro’. Que vaya para el lado que quiere ir… pero a mí me parece una experiencia muy buena.
|cámara y edición| Daniela Squarisi
|fotografía| Lucía Wainberg, Juan Guerrieri
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